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Un café con leche, por favor

Un café con leche, por favor

El otro día mientras esperaba a una amiga en una conocida cafetería del centro de la capital, disfrutaba del placer de no hacer nada o lo que los italianos denominan “II dolce far niente”, que traducido es algo así como “refinada holgazanería”.

Esa tarde había empezado con un nuevo libro que,  desde hacía semanas, estaba  impaciente por leer  “Big Time: la gran vida de Perico Vidal”. Una historia letal y emocionante sobre la extraordinaria vida de Perico Vidal, uno de los hombres de cine más importantes de nuestro país.

Disfrutando del tacto de las primeras páginas e intentando contener la emoción ante las nuevas  palabras, que me adentraban en una historia que estaba como loca por vivir, la voz chillona de una niña pelirroja con dos coletas y la cara repleta de pecas, me devolvió a la realidad de la cafetería con la misma facilidad e inmediatez que la de un chasquido.

La niña no podía parar quieta un segundo, correteando por el local , saltando de una silla a la otra y después al suelo, huyendo divertida de las garras de su desesperada y avergonzada madre e ignorando, con la misma facilidad con la que lo hacen los políticos, las súplicas y advertencias de semanas enteras sin Peppa Pig y largas horas en el rincón de pensar.

Finalmente, la madre  se rindió ante la evidencia y optó por la técnica infalible del chantaje en forma de tortitas con nata y cantidades indecentes de chocolate.

Pegada a la silla y hasta arriba de cacao, la pelirroja, feliz,  balanceaba al aire sus piernas regordetas y parloteando como una cotorra  lanzaba a su madre todo tipo de preguntas sobre la gente que estaba en la cafetería, la indumentaria de los camareros, los ruidos procedentes de la calle y, en general, acerca de  todo aquello susceptible de cuestionar en la cabeza de una niña de tres años que está empezando a descubrir el mundo con sus propios ojos.

La madre paciente, atenta y cariñosa respondía a todos y cada uno de los porqués sin pestañear, con una sonrisa de oreja a oreja y una expresión de ternura en la mirada que solo puede ser  fruto de un amor incondicional.

Al principio no pude evitar escuchar la conversación entre madre e hija, unos veinte porqués después estaba totalmente intrigada con los interrogantes de la pelirroja: “¿Y por qué ese señor tiene pelo por un lado de la cabeza y por el otro no? ¿Y por qué esa niña lleva los pantalones rotos? ¿Y por qué los coches hacen ruido? ¿Y por qué el cielo es azul? ¿Y por qué esa señora se ríe tan alto? ¿Y por qué no comes tortitas con lo ricas que están? ¿Y por qué no puedes comer chocolate? ¿Y por qué te gusta ese líquido marrón?  Y así hasta el infinito de porqués  y más allá”.

A lo largo del interrogatorio, como mínimo de tercer grado, hubo una duda de la pelirroja  que llamo mi atención e hizo que comenzara  a garabatear en una servilleta ideas y frases sin sentido que de alguna manera pretendían responder a sus dudas y de paso a las mías.

¡Mamá! ¿Qué es un café con leche?

Antes de responder dudó unos instantes, suspiró, sonrió y dijo: “¿Un café con leche?  Es…una tarde contigo.

Chasqué la lengua y pensé: “Buena respuesta”.

Gracias a las pelirrojas  he descubierto que un café con leche puede ser una o mil cosas a la vez, el punto donde nada empieza y todo termina, aquello que tiene sentido:

La tranquilidad de lo cotidiano

El lado bueno de las cosas

Una casualidad que duró cuarenta años, tres hijos y cinco nietos

Silencios compartidos

Lugares en los que refugiarse

Las primeras noticias del día

Un plan perfecto para aquello que no funcionó

Soledades ocupadas

Dos personas. Cincuenta años...

Cientos de preguntas. Ningua respuesta

Mañanas llenas de nada que lo ocupan todo

Cuentos fuera de lugar

¡Me apetece!

Lo que vino después de la lluvia

Gofres a las tres de la mañana

Viajes en metro

La satisfacción de cumplir con lo debido

La unión perfecta de los opuestos

Lo que pasa mientras tanto

Después de leer el artículo, el redactor jefe, preguntó: “¿Y cómo le gusta a usted el café con leche?”

“Fuerte y entre páginas “

Un café con leche, por favor