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Siempre nos quedará Sudáfrica…

Siempre nos quedará Sudáfrica…

El lunes por la mañana al llegar a la redacción y ver una nota, pegada en la pantalla de mi ordenador, de mi querido redactor jefe en la que me pedía, perdón, me ordenaba que fuera a su despacho antes de tomarme el primer café del día, nubes de tormenta se cernieron sobre mi cabeza, augurándome una semana  la mar de mala y complicada.

Saludos cordiales, resoplidos de desesperación, miradas reprobatorias, bufidos, y buenos y malos días aparte, el buen hombre me explicó que la temática del artículo del viernes sería el mundial 2014 y la tónica una inyección de autoestima para los forofos del pueblo español después del desastre sufrido el pasado viernes a manos de los holandeses.

Con el alma en los pies, sino en el piso de abajo, tiré de mi valor mosquetero y deprisa y corriendo le espeté que yo de fútbol andaba más verde que un campo de lechugas. Sin levantar la cabeza del arsenal de periódicos que tenía delante, me dijo con cierto retintín que estaba convencido que algo se me ocurriría, al igual que con los dichosos placeres ocultos de la semana anterior.

Yo luchadora, mosquetera, cabezona e inconsciente por naturaleza, tirando de las pocas reservas que quedaban de Athos, Porthos y Aramis, le dije que esto no era lo mismo porque servidora tenía los mismos conocimientos futbolísticos que Belén Esteban sobre física cuántica.

Como siempre que estoy en ese despacho, la loca que llevo dentro se apoderó de mí y, sin tiempo a replicas ni a respirar, empecé a hablar como si ni hubiera un mañana: “ Miré que yo no entiendo de fútbol, el partido del viernes ni siquiera lo vi, y cuando los veo es movida por la emoción de Fuenteovejuna todos a una, que a mí eso de que todos los españoles por una vez y sin que sirva de precedente estemos de acuerdo en algo no se puede ni imaginar lo que me entusiasma.

El rey del hielo ni se inmuta y yo ajena a toda cordura y dando una patada en el trasero a mi coca cola sin cafeína y a mi cine de los miércoles sigo cantando como buena presa política del penal de Ocaña // “además, quiero que sepa, aparte de que no tengo ni idea, que en cuestiones futboleras soy una chaquetera de padre y muy señor mío. Sí,  una chaquetera y de las buenas.  Hasta que conocí a mi compañero de piso-léase marido-  culé y antimadridista, una se llenaba la boca presumiendo de ser merengue y madridista hasta la medula, vamos,  don Santiago Bernabéu que en paz descanse un Dalái Lama de pies a cabeza en el templo de mi casa. Para disgusto y vergüenza de los hombres de mi familia tardé en abandonar al que había sido mi equipo de toda la vida menos de lo que dura un chupa Chus en la puerta de un colegio. Sin remordimientos, ni vergüenza, ni pudor.  No se imagina el disgustazo que me llevé cuando los sinvergüenzas del Madrid se hicieron con su décima Copa de Europa. Sí, sí, para que vea hasta dónde puede llegar mi extremismo esquirolista.”

Pues nada ni con esas. Me miró. Lo miré. Gritó. Me desmayé con los ojos abiertos y sin caerme redonda al suelo y, me dijo que yo escribía ese artículo animoso por lo civil o por lo criminal.

Y a mí como eso de las cárceles y los crímenes me entusiasma bien poco, poseída por las fuerzas del mal, corrí a mi escritorio dispuesta a escalar el Everest de mi teclado. Los problemas para el aderezo de esteroides en mi artículo empezaron más antes que después,  porque aquí  la chaquetera mayor del reino solo sabía hacer leña del árbol caído, y no sabía cómo animar al personal sin decir verdades a medias y mentirosas piadosas. Desde la ignorancia futbolística más profunda lo único que acertaba a ver es que los jugadores de la selección estaban a otra cosa, no sé si a por uvas,  o a por el Pan de Azúcar, pero,  como diría mi abuela, no estaban a lo que tenían que estar y claro así el pelo nos lució con 5 golazos que ríete tú de los peces de colores.

La historia, como todas, se complica el miércoles por la noche, cuando en la primera parte del partido nos meten dos goles más grandes que la catedral de Burgos y tenemos la friolera de 45 minutos para marcar, remontar y no abandonar Maracaná con el rabo entre las piernas, que al final, para deshonra y desgracia de jugadores y  forofos, fue lo que pasó.

Después del resultado final, con el marcador más tieso que la mojama, servidora pasa de la actitud positiva y optimismo sin límites a tener que consolar al personal por la derrota de los españoles frente a los holandeses en tierras Brasileñas, casi ná. Como está el patio, a mí lo único que se me ocurre decir a estas alturas del partido, nunca mejor dicho, es que contamos con una estrella y dos Eurocopas a nuestras espaldas y con una de las selecciones más brillantes de nuestra historia futbolística, y eso no nos lo quitan ni los chilenos, mire usted. Y si esto no le sirve al personal, tiramos del refranero popular, la mar de generoso y de molón, y nos agarramos al “más se perdió en la guerra y vinieron cantando” como un clavo ardiendo que mañana será otro día.

Y el día siguiente llegó, con la resaca de la derrota y las nuevas aguas que dejaban paso a la  proclamación de Felipe VI, como nuevo rey de España

Lo que yo decía, una semana la mar de ajetreada. Seguramente, muchos recordarán estas fechas con el sabor amargo que dejan las derrotas. Otros, con la ilusión y el optimismo del que prueba sabores nuevos ante un futuro prometedor del que, como todos los principios, se espera solo lo mejor.

Y aquí servidora, ajena a coronas y balones, recordará el 19 de junio como el gran día en que su ahijado, sobrino y prácticamente hermano, se graduaba en el grado de infantil con honores, cerrando la primera de muchas etapas felices que le esperan a lo largo de su vida. Atrás deja a sus primeros compañeros de mocos y juegos,  y a los primeros profesores que le enseñaron con mucha paciencia, que juntando letras, construyendo palabras y sumando números, las mejores aventuras que se esconden tras lo libros todavía estaban por venir.

Una que siempre ha sido muy fan de las sagas familiares a lo Dinastía y Falcon Crest, con ancianas muy malas y maquiavélicas, se pasa por la torera mundiales, proclamaciones monárquicas y redactores chillones y,  lo arriesga todo en pos de la “cosa nostra” dedicando el artículo, con el permiso de todos ustedes, a la parte de la historia más importante: la del mio nipote – sobrino- , y la de una misma.

Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de la tierra, toda Europa, queda disminuida, al igual que si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y, por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

Siempre nos quedará Sudáfrica…