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Selfie o no Selfie, he aquí la cuestión

Selfie o no Selfie, he aquí la cuestión

A mí las modernuras no me van. Lo siento, pero no las puedo remediar. Revoluciones industriales sí, moderneces no.

Una está a favor del progreso, sobre todo en cuestiones como el transporte, que no era lo mismo viajar en un vapor –estilo Huck Finn- para cruzar el charco con sus 99 días y 100 noches, en un camarote diseñado para gente que mida menos de metro y medio, sin agua corriente, los tres meses a base de lavados perrunos con esos vestidos de 200 capas y 400 combinaciones, que no me quiero ni imaginar el olor a humanidad una vez terminada la travesía, sin electricidad, velas arriba, candelabros abajo y, un pestazo de padre y muy señor mío que, viajar en un avión ultramegamolón última generación, a 1.000 km/h, con asientos a los que les da a un botón y se convierten en colchones viscoelásticos ecológicos, divinos para las cervicales, tus bebidas servidas por simpáticos y encantadores auxiliares de vuelo que parecen recién sacados de un catálogo de moda, con sus sonrisas ultramegablancas, que dejarían al señor Profident a la altura de Barragán, y plantarte en la isla de Manhattan en menos de ocho horas, después de un viaje la mar de bueno. Pues no, para este tipo de cosas, una es muy fan- que diría la modesta empresa del señor Zuckerberg- del progreso, los éxodos campesinos y las Revoluciones Industriales.

De lo que una no está tan a favor es de las tonterías y de la americanadas de turno, por las que las masas españolas se pirran y pierden esa parte del cuerpo donde la espalda pierde su nombre y, los americanos, mientras tanto, día sí, día también, se quedan tan panchos haciéndonos creer que el mundo lo inventaron ellos, cuando si no llega a ser por el arrebato de Colón, me gustaría saber a mí por dónde andarían ahora.

Pero no. Nosotros no aprendemos. Morimos por un anglicismo y por un modernismo, más que un tonto por un lápiz. Es cierto que algunas incorporaciones lingüísticas a nuestro vocabulario son necesarias para cuestiones económicas y empresariales, como símbolo de una sociedad moderna que evoluciona favorablemente – que diría mi Seño Floren de 1º Prescolar- hacia el progreso, pero de ahí a apropiarse con todo lo que nos encontremos por el camino, hay un paso muy grande. Andar hacia el progreso, sí. Diógenes lingüística, no.

“Son bares muy cool”- una se pregunta qué tendrá de malo, “son bares muy chulos”-, “tienes un e-mail”- porque mensaje electrónico suena a pleistoceno, y eso está feísimo - “sorry llego tarde”- lo siento es español medieval,- y el dichoso “feeling”, entre otros, que encima de que no lo sabemos utilizar aunque creamos que sí, lo pronunciamos fatal, pero nada, nosotros RqueR con el americanismo.

Y si solo fueran prestamos lingüísiticos,-servidora aquí no se ofendería tanto- , pero es que no es da igual ocho que ochenta-que me diría mi abuela muy indignada ella en pleno fragor de una batalla doméstica- y, sin importarnos tres pitos y un tambor si lo nuestro mejor, que lo es, arrasamos con los americanismos cosechando “modernuras” y muchas tonterías…

La comida española, por ejemplo, alguien con dos dedos de frente  le puede explicar a una ¿qué tiene de malo? nada de nada. Pues no hay manera y, muy en nuestra línea “modernil borreguistas”, nos apropiamos de una dieta la mar de sana, donde no hay alimento viviente que se libre de pasar por la mantequilla, con grasas saturadas e hidratos por un tubo, que son muy “in”-léase lo más – para explotarnos las arterias y subirle el ego a nuestro colesterol hasta límites estratosféricos, que eso de la dieta mediterránea es una cosa para la tercera edad, que ellos no entienden y ya no tienen el paladar para tonterías.

Servidora, pusilánime por naturaleza, se deja llevar por las masas, la publicidad y la gran industria, y es moderna como la que más, y si hay que pasar por la comida basura, por el “break” en lugar de la hora del bocata, por “ok” y mandar a paseo “al nos vemos después” de toda la vida de Dios, una se entrega a la causa y al “americanismo” y lo hace con tal de no ser la raruna de turno, y quedarse sin jugar a la hora del recreo, que eso del bullying es una cosa malísima.

Pero, todo tiene un límite, y de repente, la cobardica que hay en mí, va y me sorprende con un valor muy mosquetero, la mar de bonito, que me hace empuñar las teclas y volverme muy loca, y rebelarme contra los elementos, los americanismos y los puñeteros Selfies.

No puedo más, esto es el acábose.

Ahora nos van a venir con historias para no dormir, desde el otro lado del charco, a descubrirnos las autofotos de toda la vida del señor, que son más viejas que Matusalén, y que no creo que exista bicha viviente que no tenga inmortalizada su pubertad, con los azulejos del cuarto de baño cómo fondo, y como únicos testigos, gracias al Señor, con los Selfies de las narices.

Nosotros no. Como buenos “hermanos borreguistas moderniles” seguimos la moda como los que más, colapsando, con tendencias neuróticas obsesivas,  de Selfies – autofoto de toda la vida- los muros de las redes sociales de todos nuestros contactos, del apuntador y del vecino del tercero si hace falta. Que no se diga que no somos modernos, que a Selfies a nosotros no nos gana nadie.

Y así nos luce el pelo…que un día van a llegar a descubrirnos la tortilla de patatas, como el Santo Grial de la gastronomía americana, con denominación de origen incluida, bajo el título “omelette de patateison” , y aquí para no perder ripio y, como buenos “moderniles borreguistas” nos va a faltar el canto de un duro para no “omolettearnos” los primeros, como si lo viera…

¡Ay! Si Colón levantara la cabeza…

Selfie o no Selfie, he aquí la cuestión