POST >

Modos de vivir que no dan de vivir (Oficios menudos)

Modos de vivir que no dan de vivir (Oficios menudos)

Con permiso de Don Mariano José de Larra, tomo prestado el título de uno sus “Artículos de costumbres”. No creo que a Fígaro o al Pobrecito hablador le hubiese importado; todo lo contrario, la imitación es la más sincera forma de admiración.

A propósito de sus artículos y de una cosa que me ocurre desde hace tiempo, llevo muchos días, semanas incluso, pensando y preguntándome sobre el significado y sentido de la “costumbre”.

En los artículos de Larra la palabra en cuestión se pone al servicio del costumbrismo: movimiento artístico que aspira y propone los usos y costumbres de la sociedad como una obra de arte.

El escritor persiguió a lo largo de su carrera un cambio social e individual, a partir de una nueva perspectiva moral y reformadora. Con la sátira como principal herramienta literaria, Larra expresaba su indignación hacia los defectos que observaba en el gobierno absolutista de Fernando VII y en los males como el fanatismo, la ignorancia y el inmovilismo que amenazaban y corrompían a la patria de la mano de los carlistas.

En definitiva, el autor de “Vuelva usted mañana”, buscaba una sociedad libre y generosa. Proponía mirar a la realidad de su tiempo a los ojos, de frente, y no hacia otro lado.

En este sentido, la actitud de servidora en ciertas circunstancias, seguramente, no hubiesen sido de su agrado y aprobación.

Sin considerarlas una obra de arte y dándole la espalda en la mayoría de las ocasiones, ponerlas las pongo en práctica como la que más; haciendo el mismo camino religiosamente todos los santos días: bajo por la misma calle, sorteo idénticos obstáculos, tuerzo a la izquierda en la esquina de siempre, camino un par de metros, y compro el periódico en el quiosco que hay justo al lado, a la derecha para ser más exactos, de la boca de metro por la que bajo cada mañana.  

Hábitos, habilidades que adquirimos a fuerza de practicarlos mucho tiempo. No solo me gustan, las costumbres digo, además no soporto romperlas y salir del guión establecido. Manías, vicios, rutinas o tradiciones que nos mantienen en equilibrio, pisando suelo firme, sabiendo hacia dónde queremos ir.

En esos caminos que emprendemos casi cada día, pasamos cientos de detalles desapercibidos, elementos y partes del paisaje que conocemos igual que la palma de nuestra mano y que el paso del tiempo han hecho invisibles a nuestros ojos.

Al torcer a la izquierda, en la esquina de siempre,  antes de llegar al quiosco donde compro el periódico y cinco chicles de menta, paso por delante de tres comercios con escaparates llamativos y coloridos, vestidos con altas dosis de ingenio, que invitan a comprar con los ojos.

En el primero de los tres escaparates hay una señora rodeada de cartones en los que está escrito lo que está pidiendo: Soy una mujer que tomó una mala decisión. Necesito un poco de dinero para comer y dormir.

Me encantaría deciros que el cártel llamó mi atención la primera vez que lo vi, pero no es verdad. Pasaba por su lado como si ellos no estuvieran allí, no existían para mí. La frecuencia los había hecho invisibles.

Una mañana, a lo mejor un miércoles, a lo mejor un viernes, la señora del cártel, de fachada impecable con aires de haber vivido tiempos mejores, me dio los buenos días y con una educación exquisita que, ya la quisieran muchos para sí, preguntó si sería tan amable de darle un cigarro. Ni siquiera me digné a parar, seguí andando, y dije que lo sentía mucho, pero que ése, el que estaba fumando, era el último. Mentí. Era un paquete recién comprado y todavía quedaban 19.

Supongo que ella sabía que no era cierto, pero no debió importarle porque siguió regalándome buenos días y sonrisas todas las mañanas. A esto en mi pueblo es lo que se conoce como una “güantá”  sin manos.

El miércoles o el viernes de una semana cualquiera, después de haber estado varios días con remordimientos, compré un paquete de tabaco, un bocadillo de jamón, un botellín de agua, y le di un sobre con 20 euros.

Pedí perdón y confesé que aquel miércoles o viernes, ya no lo recuerdo, mentí al decir que ese ése era el último, ella sonrió y dijo que no tenía importancia: “Ya estoy acostumbrada”.

Mientras disfrutaba del pitillo, me contó cómo había llegado a esa situación: Era una persona como tú y como todas las que pasan por aquí en dirección a sus trabajos, al gimnasio, al colegio o a la compra. Una mujer corriente con una vida sencilla. Tenía una casa, amigos, trabajo y familia. Hasta que conocí a la persona equivocada. Un hombre con problemas de juego y alcohol, del que todos me advirtieron. Pero no quise escuchar. Ya no lo recuerdo bien, pero tres años después de irnos a vivir juntos, sus deudas por culpa de las máquinas y el vodka comenzaron a ocasionarme serios problemas en el trabajo, con el banco, mi familia y amigos. Para cuando quise darme cuenta lo había perdido todo. Mis hermanos, compañeros de trabajo y amigos, hartos de mentiras y excusas de un comportamiento injustificable, sencillamente, se cansaron de mí. El resto ya lo sabes. No soy una vaga, una mendiga o una vagabunda. Soy una persona como tú y todas las que pasan por aquí, pero tomé una mala decisión.

Ha tocado a muchas puertas para que la contraten, pero o está muy cualificada para el puesto, o no encaja en el perfil que están buscando. Lo ha intentado todo, sin importarle su experiencia y preparación, sin embargo para ser empleada doméstica, limpiar escaleras o repartir folletos necesita credenciales y juventud. Ni lo uno, ni lo otro.

Ahora trabaja en la calle, durante más de diez horas al día, sentada en una losa fría y sucia, apoyada en un bonito escaparate, desde donde pide para comer y pagar una habitación miserable.

Un oficio menudo, para muchos censurable, que se ha convertido en un modo de vivir que no es vivir.

Mientras se lo contaba al redactor jefe, preguntó: “Por cierto, ¿en qué trabajaba?”// En la caja de un banco.

Modos de vivir que no dan de vivir (Oficios menudos)