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Los libros, mis mejores amigos II

Los libros, mis mejores amigos II

Los que no han salido nunca de su pueblo, o los que han salido únicamente de un modo incidental, no conocen una lucha terrible, espantosa, que hay que sostener cuando uno se va por el mundo: la lucha del hombre con la ciudad. En esta lucha se obtienen triunfos y se sufren derrotas alternativamente. Al final, si se vence, no es nunca sin haber experimentado todos los quebrantos subsiguientes a una batalla tan ruda.

Palabras sencillas y bonitas del gran Julio Camba que describen como pocos han sabido hacerlo la batalla del hombre con la ciudad; la lucha de los forasteros por hacerse un hueco entre el selecto y distinguido grupo de referencia que es la Gran Ciudad.

Una tarea complicada, la de la lucha con las ciudades,  a la que el Señor Camba se enfrentó en más de una ocasión, peleando con lenguas extranjeras y comidas ingestas, ganando a unas como París y perdiendo otras como Constantinopla.

Es cierto que la lucha con la ciudad de Madrid de mis múltiples personalidades y una servidora no es ni de lejos tan complicada como las que tuvo que hacer frente este señor pero, a pesar de compartir idioma, costumbres y comidas, la batalla se no está haciendo la mar de complicada; la subida al Monte Calvario con la cruz a cuestas no es nada para lo que estas pobres de nosotras estamos pasando.

Ya sé que a intensas y exageradas no nos gana nadie pero, es sencilla y llanamente la verdad. Estamos pasando las de Caín con tanto metro, tanta gente, tantísimas prisas, tanta calle y tanta lluvia sorpresa de las narices. Leí una vez en un periódico, no recuerdo cuál era, que París tiene 200 días de lluvia al año y, en contra de la creencia popular, en París llueve más que en Londres. Al señor que escribió el artículo se le olvidó mencionar a Madrid, aquí la señorita tampoco se queda atrás. Desde luego pobre Londres, cría fama y échate a dormir. Niebla, Fog que le llaman ellos, no digo yo que no tengan pero, el premio gordo de la lluvia se lo reparten entre la ciudad de la luz y la que nunca descansa. Esa es otra. Los madrileños no tienen hartura ni casas, por lo visto. Cualquier excusa es buena para tirarse a la calle. Sin piedad. No perdonan.

En una de mis primeras salidas-nocturnas madrileñas, durante una cena muy moderna con cocina XXXS  en un restaurante muy molón, unos amigos me dijeron que en un principio la ciudad era muy hostil pero, que con el tiempo me acabaría enganchando. Montecrista, Escarlata y Napoleona, escandalizadas y siempre dispuestas para un buen combate, luchaban por salir dentro de mí y rebelarse contra los elementos, la hostilidad y las cenas XXXS. Huelga decir que tuve que llamarlas al orden para que estuvieran tranquilitas y dejaran de soliviantarme para no acabar a golpes con el personal.

La ciudad lo que se dice atrapar, no me atrapa. Me atrevería a decir que más bien que me empuja  con unas patadas en donde la espalda pierde su nombre que me río yo del día que podamos volver a Murcia. Nos va a faltar a las cuatro capital para correr.

Pero, nos guste más o menos,  por el momento tenemos que seguir aquí haciendo malabarismos para procurarnos con coca-colas sin cafeína, cine los días del espectador y el porvenir ese tan raro del que me hablaba mi abuela allá por los tiempos de las permanentes y las hombreras.

El redactor-jefe en su infinita comprensión me dice que soy una exagerada y una desagradecida y que más de uno mataría por estar en mi situación. En su indigno ese tan malo que le da a él, con venas hinchadas XXXL que una no sabía ni que existían, me desea cosas muy feas como una vida en tiempos de guerra a base de pan y agua y mucho carbón por la cara. Cosas feísimas que cuando no le dejo que me las diga por teléfono, me las envía por correos eternos más largos que el Sermón de la Montaña.

El caso es que el otro día, a medio camino entre los teléfonos, las falsas interferencias y correos electrónicos imposibles, el redactor me preguntaba, en el tono más irónico que ha existido en todos los tiempos, cómo soportaba mis duras batallas contra la capital. Ganas no me faltaron para obedecer ante las sugerencias de rebelión de mis queridas personalidades. Pero, pensando en mi escaso ocio decidí  pasar por alto las barbaridades de unas y los tonitos del otro y responder como una persona normal y corriente, lo que por otro lado, a estas alturas del partido ya es muy complicado, y le dije que mi mejor arma en la batalla del hombre con la ciudad habían sido mis amigos, los libros. El hombre se quedó mudo y por una vez y sin que sirva de precedente no fue de indignación. Todo lo contrario. Después de un largo silencio que me atreví a interpretar como emotivo, me dijo que se sentía muy orgulloso de mí. Ahí es nada. Muerta me quedé.

Hoy os presento a otros cinco viejos amigos, a los que agradezco su compañía, y sin los que estoy segura la Aventura Capitalesca no estaría siendo la misma.

1 Londres – Julio Camba

Fruto de complicadas y divertidas experiencias periodísticas, Julio Camba, el mejor articulista español, nos muestra, desde un punto de vista cómico y a veces irreverente, la seriedad, el afán por la puntualidad o la gastronomía austera de los británicos.

2 David Copperfield – Charles Dickens

La vida de David Copperfield es una historia íntima, compleja y sutil en la que la vida del protagonista y el autor se confunden; David, como Dickens vivió una infancia feliz leyendo y asistiendo a la escuela hasta que su suerte cambió. Una novela que encierra en sus páginas sátira y humor irónico, luto y angustia, pero también mucha alegría, compasión y ruido de personas.

3 Por quién doblan las campanas – Ernest Hemingway

Inspirándose en los acontecimientos que presenció en primera persona, durante su estancia como corresponsal en la Guerra Civil española, Hemingway explora en los tupidos bosques de una región montañosa española, a finales de mayo de 1937 durante la preparación de la Ofensiva de Segovia, la muerte, la camaradería, el suicidio, la ideología política y la naturaleza del fanatismo, con el trágico final de la causa republicana como telón de fondo.

4 El guardián entre el centeno – J.D. Salinger

A través de las peripecias del joven Holden Cauldfiel, Salinger, nos desvela sin tapujos la realidad de problemas frecuentes de los adolescentes como el fracaso escolar, las rígidas normas de una familia tradicional o la sexualidad como una experiencia más allá del mero deseo.

5 La tabla esmeralda: Carla Montero

Dos historias apasionantes de amor separadas por el tiempo pero, unidas por un misterioso cuadro: El Astrólogo

Un juego peligroso de amenazas e intereses ocultos en las que las protagonistas, Ana, una historiadora del Madrid de la actualidad, y Sarah Bauer, una joven judía atrapada en el París de la ocupación alemana, se verán envueltas en persecuciones trepidantes con consecuencias inesperadas para ambas.

Los libros, mis mejores amigos II