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Del Jardín Iglesias al Huerto Opaco de Rato

Del Jardín Iglesias al Huerto Opaco de Rato

La semana pasada no quise contestar, bueno, no me dio la santísima gana de cogerle el teléfono al querido redactor-jefe. Montecrista, Escarlata y una servidora, muy locas, nos vinimos arriba y, mandamos a tomar viento fresco a la coca-cola sin cafeína y al cine de los miércoles.

Puse a prueba mi creatividad e imaginación y mandé 100 mensajes-excusa al redactor-jefe-hipermegacabreado para no contestar a sus llamadas; “que si se me ha roto el teléfono y como todavía no conozco bien la ciudad no sé dónde puedo ir a arreglarlo; que si no sé qué historias tiene el cargador que no conecta bien y no tengo nada de batería; que si estoy en el  metro y aquí no hay cobertura; que si estoy en el cine y, obviamente, no puedo hablar y no pienso salir de la sala porque no quiero perderme ni un segundo de la película; que si fulanito, que si menganito y que si sultanito”. Y no contesté a sus llamadas.

Después de unos cuantos meses, conociéndonos un poco todos los viernes, os podréis imaginar que la II Guerra Mundial y la que lió el loco de la colina de Hitler con esa historia de dominar el mundo no tuvo nada que envidiarle a la que me preparó el redactor-jefe cuando me decidí a contestar sus 101 llamadas pero, sin dálmatas.

Entender lo que se dice entender, no entendí nada. Era imposible comprender esos bufidos de hipopótamo mezclados con sonidos guturales de ultratumba y rebuznos espeluznantes dignos de una buena peli de terror como Los chicos del maíz. Lo único que acerté a comprender fue la parte en la que el redactor-jefe me amenazaba con dejarme sin coca – colas sin cafeína y cine el día del espectador si el jueves 16 de octubre de 2014 no tenía en su despacho el artículo de esta semana dedicado al escándalo de las tarjetas de opacas.

Ni que decir tiene que en cuanto escuché el tema del artículo me entraron los siete males por el cuerpo; una servidora lo único que necesita conocer acerca del complejo y entramado mundo de la economía es el concepto de capitalismo y poco más. El capitalismo ese concepto maravilloso que te invita a consumir como una cerda para que el país funcione y funcione bien. Por lo demás, el resto de términos, a esta que lo es, ni frío ni calor.

Pero, el redactor-jefe en su infinita tiranía se ha propuesto hacer de mí una profesional del medio. “Alguien de provecho para esta sociedad de trileros y chamarileros”. Anda que no tiene guasa el tío cuando me dice que no ve Sálvame.

El caso es que después de experimentar el “Katrina-telefónico”, digna palabra para el nuevo diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, nos pusimos manos a la obra con el huerto que teníamos por delante. Escribir sobre el caso de las tarjetas opacas de Caja Madrid. ¡Casi ná!

Se ponga como se ponga el redactor-jefe, mis múltiples personalidades, entre las que cabe destacar a Escarlata, Montecrista y Napoleona, (Napoleona es como el Ave Fenix resurge de las cenizas con mucha fuerza cuando se la necesita y para una revolución ninguna como ella. Si puso Francia patas arriba, puede asegurarnos el monopolio de la columna y de la redacción de diariosí.com entera si hace falta), después de una larga reunión de Estado acordamos que no íbamos a dar más detalles sobre este caso que los estrictamente necesarios.

A estas alturas del partido todos sabemos quiénes, cómo y en qué se ha gastado un grupo muy molón de 86 altos cargos la friolera de 15,5 millones de euros aproximadamente. Mátame si quieres. Y yo aquí haciendo malabarismos para procurarme burdas coca-colas sin cafeína y cine el día del espectador. ¡Manda romana!

Será como dice el redactor-jefe mi cabeza de chorlito o será que estoy a otra cosa, (me encanta esa expresión), pero lo que me has llamado la atención, después de dos semanas infernales de sobredosis de tarjetas opacas,  ha sido que el informe final encargado por Bankia muestra  que de 90 beneficiarios 4 no utilizaron la tarjeta en el periodo comprendido entre 1999 y 2012, es decir, en ningún momento.

Lo más triste o trágico, no sé bien cómo definirlo, es que no me ha sorprendido en qué gastaban el dinero los titulares de las tarjetas opacas de Caja Madrid. Según Iñigo Barrón, corresponsal financiero del EL PAÍS, “es un buen reflejo de cómo se funcionaba en aquellos años de la burbuja”.

Según una servidora, poseída de múltiples personalidades la mar de folloneras y revolucionarias,  no es tanto un reflejo de la coyuntura económica del país, sino más bien de un retrato del contenido de nuestra sociedad. Agentes externos aparte,  la realidad es que vivimos en un país de tontos que van de listos, o listillos disfrazados de consejeros y directivos que creen firmemente, al igual que Paris Hilton, que las tarjetas de crédito infinitas caen de los árboles y lo más fácil es mirar para otro lado.

A la pregunta sobre si los usuarios o beneficiarios eran conscientes de la irregularidad de las tarjetas, puesto que las tarjetas que se otorgaron a altos cargos de Caja Madrid no estaban destinadas a gastos de representación y sus titulares no tenían obligación de justificar cada gasto, un exconsejero de la caja de ahorros ha explicado que “los ejecutivos éramos conscientes de que el dinero no tributaba y que no era para gastos de representación. Era similar a recibir sobres. De hecho, teníamos dos tarjetas, la propia para gastos de representación, que teníamos que justificar con sus correspondientes recibos o tiques, y la B”.  El exconsejero deja este “aspecto”, por llamarlo de una manera suave, en manos del juez que será el responsable de determinar el grado de gravedad de la supuesta irregularidad.  No sé si reír o llorar.

Volviendo a lo mío, interpretar desde la parte trastornada de mi cerebro la realidad, a mí se me antoja toda esta historia como discutir de política con mis amigos; una soberana pérdida de tiempo puesto que las cosas son como son y no van a cambiar. Devuelven el dinero, dimiten de sus cargos y a otra cosa mariposa.

El caso de las tarjetas opacas, (el bautismo del caso me lleva de cabeza. Cada vez que lo escribo o lo leo me parto de la risa), es una más de las muchas perlas que conforman el marco político, económico, social y cultural de la sociedad española del siglo XXI. Más de lo mismo.

Cada día nos levantamos con una Majorica nueva y el tiempo no tiene pinta de que vaya a cambiar o a mejorar. Napoleona tenía una serie de propuestas revolucionarias muy interesantes para el cambio pero, Montecrista, Escarlata y yo nos hemos negado en redondo. Si ponemos en marcha su plan nos quedamos sin coca-colas sin cafeína y cine el día del espectador hasta el juicio final. Y por ahí no paso, lo siento.

Del Jardín Iglesias al Huerto Opaco de Rato